Liderazgo gentil: una nueva competencia para el futuro

 

“Hay tres cosas importantes en la vida: La primera, ser amable; la segunda, serlo siempre; y la tercera, nunca dejar de serlo”.
                                                                                                           
Henry James

Creo que la gentileza puede aprenderse tanto por modelaje como por diferenciación. En mi casa convivían dos fuerzas: la herencia apasionada italiana, de voces altas y carácter fuerte, sobre todo del lado materno; y la quietud serena de mi padre, el hombre más callado y estoico que conozco. Esa dualidad me marcó. De un lado, la intensidad que no pide permiso; del otro, la delicadeza que soporta sin hacer ruido.

Al irme de casa y comenzar mi propia vida, hicimos un pacto sencillo y profundo con Eladio, quien fuera mi esposo durante varios años: crear un espacio agradable, donde la palabra tuviera un tono distinto y la belleza cotidiana -una mesa bien puesta, un gesto delicado, un silencio oportuno- fuese parte de nuestra manera de habitar el mundo. Esa elección personal se filtró poco a poco en mi forma de liderar.

Cuando asumí mis primeros roles de liderazgo, solía ser más directiva, incluso dura a veces. Con los años me he vuelto más gentil, no porque lo heredara, sino porque lo decidí.  Entendí que la gentileza en el liderazgo tiene un poder pragmático: convertir lo potencialmente destructivo en oportunidad de aprendizaje y creación compartida.

¿Qué es y para qué sirve el liderazgo gentil?

La palabra gentileza proviene del latín gentilis, que significaba “de la misma familia o linaje”, asociado con la nobleza. Con el tiempo, pasó a nombrar la cortesía y la educación como un reflejo de esa dignidad. No es, por tanto, un gesto menor: es la expresión de una nobleza de espíritu que se extiende al trato cotidiano. Liderar desde ese lugar, es hacerlo desde la raíz de lo humano y lo noble.

El liderazgo gentil es una maestría serena. Se reconoce en la claridad de sus gestos, en la elegancia con que ordena la energía de un grupo y en la confianza que despierta. Es una manera de liderar que no quita firmeza, sino que la afina y la vuelve precisa, limpia, capaz de transformar a partir de una presencia sin estridencias. Gentileza es contener sin avasallar, escuchar con atención plena y hablar con la exactitud de quien sabe que la palabra también construye mundos.

Daniel Lumera lo describe como una fuerza evolutiva: la gentileza auténtica crea consensos, genera identidad y pertenencia desde la inclusión y el cuidado. En su visión, la amabilidad es un principio vital que impacta tanto la salud individual como la cultura colectiva. Y resulta paradójico que sean justamente italianos quienes han puesto la gentileza en el centro del liderazgo contemporáneo. Lumera, con una reflexión filosófica y espiritual; y Guido Stratta -durante su paso como Director de Personas y Organización del Grupo Enel hasta 2023 y hoy como fundador de la Accademia della Gentilezza- ha llevado esa visión al mundo corporativo, impulsando un estilo de liderazgo más humano, creativo y consciente.

No es casual que Lumera haya dedicado su obra más reconocida, Biología de la Gentileza, a mostrar cómo la amabilidad impacta en la forma de relacionarnos, el bienestar y la evolución colectiva.

En mi propio camino he confirmado ese poder transformador. Descubrí que la gentileza cambia la calidad de las conversaciones, abre la puerta a la colaboración genuina y vuelve abordables los conflictos sin miedo. Liderar amablemente es practicar consciencia: una disciplina que convierte cada interacción en oportunidad de respeto y aprendizaje colectivo.

La imagen que mejor lo describe, para mí, es la de la caligrafía japonesa: un trazo único, sobrio y firme, donde la delicadeza surge de la economía del gesto y de la intención plena que lo sostiene. Así se expresa el liderazgo gentil: un empuje elegante que, con un movimiento sereno y preciso, modifica el lienzo entero de un equipo u organización.

La palabra impecable: lenguaje como tecnología social

El liderazgo gentil se expresa de manera privilegiada en el lenguaje. La forma en que un líder nombra, pregunta, reconoce o reclama, determina la calidad de las relaciones y de los resultados. La palabra es más que solo comunicación: es acción que abre posibilidades, acuerdos y futuros compartidos. Por eso, ser impecables con ella constituye una de las prácticas más poderosas del liderazgo.

El primer acuerdo de la sabiduría tolteca, que Miguel Ruiz sintetizó como “sé impecable con tus palabras”, resuena con fuerza en el mundo organizacional. Impecabilidad significa hablar con integridad, decir sólo lo que uno quiere decir, usar la palabra para crear belleza y verdad en lugar de sembrar miedo o resentimiento. La gentileza, entendida así, no es adorno: es tecnología social que ordena interacciones y sostiene la confianza.

La palabra impecable viene del latín in (sin) y peccare (faltar, cometer falta). Ser impecable con la palabra no significa hablar con perfección imposible, sino hablar sin herir, sin faltar, sin manchar la relación. Es un modo de recordar que el lenguaje tiene un peso ético: lo que decimos puede abrir o cerrar mundos. Se expresa cotidianamente de varias maneras: hacer pedidos claros en lugar de dar órdenes ambiguas, reclamar con elegancia en vez de acusar, agradecer con precisión en vez de recurrir a fórmulas vacías, ofrecer disculpas completas cuando nos equivocamos. Cada una de estas acciones convierte la comunicación en un acto de cuidado y consciencia.

Cuando una conversación difícil se aborda desde la gentileza, el tono cambia. No se trata de evitar el conflicto, sino de ponerlo sobre la mesa con respeto y claridad. La impecabilidad lingüística abre un campo de confianza donde es posible negociar, crear acuerdos nuevos o reparar vínculos dañados.

En el mundo del coaching ontológico se habla de irreverencia gentil: la capacidad de plantear lo incómodo sin herir, de interpelar con respeto, de poner en palabras lo que todos sienten y nadie dice. Esa irreverencia no contradice la gentileza: la potencia. Porque ser amable significa encontrar el modo bello y respetuoso de traer, en vez de evitar, la verdad al diálogo.

Liderar, en este sentido, es también un arte de diseño cultural. Las palabras que repetimos se vuelven hábitos; las prácticas generan cultura; y la cultura define el horizonte de lo que un equipo puede lograr. Un liderazgo gentil, impecable en sus palabras, siembra el terreno para que la colaboración florezca, para que la innovación no se bloquee por miedo, y para que la belleza del trato humano acompañe al logro de resultados extraordinarios.

Gentileza, belleza y eficacia

La gentileza tiene un parentesco profundo con la belleza. Hay algo estético en el modo en que un gesto afable ilumina un espacio: la forma en que una sonrisa sincera, un silencio oportuno o un agradecimiento preciso cambian la atmósfera de una reunión. Piero Ferrucci, también italiano, en La fuerza de la bondad, afirma que la amabilidad es una forma de belleza civilizatoria: un refinamiento de la vida común que vuelve más humano todo lo que toca.

En la práctica, la gentileza también genera eficacia. James Rhee, en su parábola Red Helicopter, muestra cómo liderar con amabilidad -sumada a un enfoque riguroso en la medición y el valor- crea negocios más sostenibles y comunidades más cohesionadas. James Turner, en The Power of Persuasive Kindness, lo traduce a técnicas concretas: dar retroalimentación sin humillar, escuchar antes de responder, motivar con compasión sin renunciar a la exigencia. Estos autores coinciden en que la gentileza es al mismo tiempo poder blando y poder estratégico: la fuerza que sostiene el resultado porque sostiene a las personas.

En mi experiencia, lo he visto reflejado en lo más sencillo: comenzar una reunión con un gesto de gratitud, dar tiempo a un silencio que permita pensar, elegir palabras que invitan en lugar de frases que cierran. Son pequeños actos que recuerdan que la gentileza también habita en lo invisible: en cómo cultivamos confianza, en cómo volvemos posible lo difícil.

Prácticas de un liderazgo gentil

La gentileza no es una idea abstracta: se cultiva en el día a día. En mi práctica de liderazgo he descubierto que los gestos más pequeños son los que marcan la diferencia. Compartirlos aquí es, más que una receta, una invitación a experimentar:

  • Bajar un decibelio: cuando la conversación se eleva, elegir conscientemente un tono más suave invita al otro a respirar y descomprime el ambiente.

  • Preguntar con orfebrería: diseñar preguntas que habiliten opciones, en lugar de afirmaciones que cierren puertas.

·       Escuchar hasta el final: practicar la paciencia de dejar que el otro concluya,  incluso cuando mi impulso mental quiere anticiparse. Esta ha sido una de las prácticas más desafiantes para mí, porque mi patrón de pensamiento tiende a ser rápido y a veces interrumpe el fluir del otro.

  • Cerrar con armonía: concluir una reunión con una palabra de gratitud, de reconocimiento o con una imagen inspiradora, dejando al grupo con la sensación de haber creado algo valioso.

  • Cuidar el entorno: preparar la sala, servir algo bonito, crear un espacio donde lo estético también sostenga lo ético.

  • Nombrar lo que sí funciona: reconocer explícitamente los avances y las contribuciones, por pequeñas que sean, siembra energía positiva y confianza.

·       Practicar la pausa: Antes de responder, regalarse unos segundos de silencio para permitir que la respuesta llegue desde la serenidad, no desde la reactividad.

·    Gentileza digital: Cuidar el tono en correos, mensajes y chats, donde la ausencia de gestos y tonos de voz puede amplificar la rudeza o la ambigüedad.

·        Agradecer

Cada uno de estos gestos es una línea que, repetida con constancia, va delineando la cultura que queremos habitar.

La evidencia respalda lo que la experiencia muestra: la gentileza no es un gesto blando, es un factor de sostenibilidad organizacional. McKinsey ha documentado cómo el liderazgo empático se traduce en mayor productividad, culturas más sólidas y equipos capaces de sostener el desempeño en la incertidumbre. Gallup, en sus estudios globales de compromiso, revela que los equipos altamente comprometidos logran 18 % más ventas, 10% más lealtad del cliente y hasta 22 % menos rotación en contextos exigentes. El modelo de Leadership Circle añade otra perspectiva: distingue entre el liderazgo reactivo -basado en el control y el perfeccionismo- y el creativo, donde el cuidado, la visión y la gentileza marcan la diferencia en la efectividad y en la capacidad de transformación. Todo converge en una misma conclusión: liderar con gentileza no sólo eleva la calidad de las relaciones, también sostiene el logro de resultados extraordinarios.

 

Liderar gentilmente es, al mismo tiempo, una decisión íntima y una apuesta colectiva. Íntima, porque se elige a diario: en la manera en que preguntamos, agradecemos o reclamamos; en la huella invisible que dejamos en la atmósfera de una sala después de hablar. Colectiva, porque esas elecciones siembran cultura: definen cómo convivimos, cómo creamos confianza y cómo cambiamos juntos.

En un mundo acelerado y ruidoso, la gentileza se vuelve un acto de irreverencia consciente: elegir la pausa frente a la prisa, la claridad frente al grito, la belleza frente a la indiferencia. No es debilidad, es maestría: la capacidad de sostener resultados extraordinarios mientras cuidamos la dignidad de las personas.

Quizá, como escribió Simone Weil, “la atención es la forma más pura de generosidad”. Liderar con gentileza es exactamente eso: convertir la atención en un arte, en un poder sereno que transforma lo que toca y abre un horizonte más humano para todos.

 

Consultoría de cabecera

Un abordaje integral y a medida para la transformación organizacional

 
Arianna Martínez Fico
Especialista en gestión del cambio y transformación cultural organizacional
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