Cerrar bien también es liderar
Liderar es decidir aun cuando duela. Por años fui directora de una empresa importante en mi país, encaré muchos desafíos y, por lejos, lo que más me costó fue tomar y sostener decisiones difíciles y no quebrarme en el proceso.
Como líderes, nos encontramos a menudo en situaciones donde debemos tomar decisiones impopulares. El silencio pesa. Sabemos que lo que diremos va a doler. No porque no sea necesario, sino porque impactará en la vida de alguien.
He aprendido que los líderes no estamos para hacer lo popular, nuestra responsabilidad es hacer lo correcto para la organización, incluso si eso significa generar incomodidad. A veces, eso implica tomar decisiones difíciles: despedir a alguien, finalizar un contrato, decir “hasta aquí”. No se trata de ser fríos ni duros, sino de actuar con consideración, coraje e integridad. Una desvinculación mal gestionada puede dejar cicatrices profundas en el sistema: resentimiento, desconfianza, miedo. Cuidar a la persona, incluso en el cierre, es un acto de humanidad. No para evitar el dolor, sino para hacerlo más transitable. La cultura organizacional no se mide sólo por cómo recibimos a las personas, sino también por cómo las dejamos ir.
Nos formamos para seleccionar talento, para desarrollar personas, para inspirar y guiar. Pero, ¿quién nos enseña a decir adiós con dignidad, cuidado y responsabilidad?
Cerrar un ciclo, desvincular a una persona, dar por concluido un vínculo profesional o personal, nunca es tarea fácil. Y sin embargo, forma parte del arte de liderar.
El arte de gestionar lo que sentimos
Cerrar un vínculo no sólo requiere preparación técnica, sino emocional. Hace falta claridad interna, conciencia del impacto de nuestras palabras y conexión con el propósito detrás de la decisión. Antes de abrir la conversación, reservo un espacio dentro de mí para revisar mis emociones, mis juicios, mis temores. Prepararme para sostener el dolor del otro sin querer rescatarlo, para escuchar sin justificarme, para acompañar sin evadir.
Cuando he tenido que afrontar una conversación de este tipo, suelen aparecer emociones como miedo, enojo y tristeza. No me peleo con ellas, las acepto y me conecto con la parte más luminosa de estos estados emocionales. Cada emoción trae consigo una acción posible y la invitación es ponerla al servicio de aquello que queremos que pase.
Cerrar también es una práctica de liderazgo consciente.
Diseñar la conversación: tarea, relación e integridad
Una cosa es tomar la decisión, y otra muy distinta es cómo la transmitimos y, sobre todo, cómo gestionamos el cierre de una relación laboral.
El diseño de cualquier conversación difícil implica mirar el resultado en las tres dimensiones que nos regala Fred Kofman: la tarea, la relación y nuestra integridad personal. La tarea es la decisión que debemos comunicar. La relación es el vínculo que queremos preservar, aun en la distancia. Y la integridad es actuar en coherencia con nuestros valores, con aquello de lo que querremos sentirnos orgullosos, más allá del resultado.
Para mí, preparar la conversación pasa por conectarme con mis valores, acceder a mi fuente interna y preguntarme: ¿de qué quiero sentirme orgullosa cuando termine esta conversación independientemente del resultado? No puedo controlar cómo se sentirá el otro, pero sí puedo elegir cómo quiero estar yo en esa conversación. ¿Desde qué lugar hablo? ¿Qué tono uso? ¿Qué presencia llevo? ¿Cómo puedo ser claro y a la vez compasivo?
Algunas claves que me han servido para sostener estas conversaciones con humanidad son:
Comunicar con claridad y respeto: Ser, simultáneamente, directos y amables. Explicar las razones de la decisión sin caer en reproches o justificaciones excesivas.
Manejar las emociones: Estar listos para la posible reacción de la otra persona (tristeza, enojo, frustración) y responder con calma y comprensión.
Ofrecer apoyo en la medida de lo posible: Si la desvinculación es por desempeño, ¿hay algo que se pueda ofrecer en términos de feedback constructivo para su próximo paso? Si es por reestructuración, ¿se pueden facilitar contactos o recursos?
Mantener la integridad: Recordar que nuestro objetivo es cerrar un ciclo de la manera más digna y respetuosa posible para ambas partes.
Un cierre bien hecho, aunque doloroso, puede dejar la puerta abierta a futuras relaciones profesionales e incluso personales, y refuerza la imagen de una empresa que valora a su gente, incluso en los momentos difíciles.
La cultura también se juega en los finales
Un cierre cuidadoso comunica tanto o más que cualquier plan de onboarding. Habla de los valores vividos, no sólo declarados. Aquí es donde entra en juego el arte de la desvinculación cuidada. Porque la verdadera cultura de una empresa no sólo se demuestra en cómo seleccionamos y retenemos el talento, sino también, y de forma muy poderosa, en cómo nos despedimos de él.
La desvinculación puede ser por desempeño o por necesidades de la empresa. En ambos casos, el cómo es lo que marca la diferencia. ¿Hay respeto? ¿Se reconocen los aportes? ¿Se ofrece apoyo para la transición? ¿Se escucha al otro? ¿Se cierra con gratitud o con frialdad?
Como decía Rilke, “quizás todas las cosas terribles sean en el fondo cosas sin ayuda que quieren que las ayudemos”. Tal vez, una conversación de cierre, bien llevada, sea una forma de ayuda.
Los equipos observan. Un cierre mal ejecutado puede tener un efecto dominó devastador en el sistema. Y cuando ven que un colega es tratado con dignidad, incluso en el adiós, se sienten más seguros. Comprenden que no son piezas descartables, sino personas valiosas.
Los ciclos abiertos pesan
En lo personal también llevamos ciclos abiertos: relaciones que no cerramos, palabras que no dijimos, despedidas que postergamos. Y esos ciclos, aunque invisibles, consumen energía vital. Cerrar bien es también un acto de autocuidado.
No cerrar un ciclo es como dejar una herida abierta. Nos desgasta, genera incertidumbre y nos impide avanzar plenamente. Nos mantiene atados al pasado. Lo sé por experiencia propia, nunca me han gustado las despedidas y dejo puertas abiertas. Los años, las crisis personales y la experiencia me han enseñado que no basta con alejarse. Hay que cerrar con conciencia. Nombrar lo vivido, agradecer lo compartido, soltar con amor. Cuando cerramos con honestidad, creamos espacio para lo nuevo. Cuando no lo hacemos, quedamos atrapados entre lo que fue y lo que pudo ser.
Presencia plena y liderazgo auténtico
En estas conversaciones, más que nunca, necesitamos presencia plena. Esa capacidad de estar enteros y disponibles, sin distracciones ni corazas, en cuerpo, emoción y mente. Conectarnos con nuestra sabiduría interna, con ese lugar desde donde podemos sostener sin juzgar, hablar con firmeza y ternura, ofrecer claridad y consuelo.
Vale la pena preguntarnos: ¿Qué conversaciones de cierre estamos postergando? ¿Cómo podríamos abordarlas desde la presencia plena y la integridad?
La conversación comienza dentro de nosotros, en esa decisión de ser líderes que dejan huella, incluso —y sobre todo— en los finales.
He aprendido que los grandes liderazgos no se miden solo en sus comienzos, sino en su capacidad de cerrar con dignidad. En el eco de esos cierres, muchas veces, queda el verdadero legado.
Porque cerrar bien, también es liderar bien.
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